Saber contar historias es un arte. Un arte que enriquece cualquier exposición en público y que puede ayudarnos a transmitir nuestras ideas mucho mejor. Este arte se conoce con el nombre de Storyteling y en breve compartiré con vosotros un post en el que hablaré sobre el tema. Hoy, simplemente, voy a compartir esta historia del psicodramaturgo y escritor argentino Jorge Bucay.
Esta historia transmite “un algo” y podría ser usada dependiendo del contexto. ¿Qué creéis que trata de contar? ¿Dónde podríais usarla con éxito? Espero que os guste.
Érase una vez un prostíbulo en un pueblo cuyo dueño decidió venderlo a un empresario con dinero venido de la ciudad. Como primera medida decidió mejorar la recepción de los clientes y le dijo a su portero que debía escribir los nombres de éstos al recibirlos en el libro de visitas. A esto el portero dijo que no podía hacerlo ya que no sabía ni leer ni escribir. El nuevo propietario del prostíbulo, asombrado, no pudo más que decirle a su portero que tenía que despedirlo ya que no era capaz de hacer lo que él necesitaba. El portero, triste, marchó a su casa, medio avergonzado, ya que su abuelo y su padre habían sido porteros de ese prostíbulo y a él lo habían despedido.
Al día siguiente se quedó mirando su casa y empezó a ver que tenía muchos arreglos que hacer y, como tenía mucho tiempo libre ahora, decidió ponerse con ello. Al ir a empezar se dio cuenta que le faltaban bastantes herramientas y fue a comprarlas. El inconveniente era que en el pueblo no había ferretería y la más cercana estaba a dos días de allí. «Como no tengo nada que hacer, iré» -pensó- . Y así hizo. Al cabo de los 4 días, regresó y, al llegar a su casa, un vecino le pidió que le dejara unas herramientas que necesitaba, urgentemente, hacer unas cosas. El dijo que acababa de comprarlas y qué no podía dejárselas ya que tenía pendiente hacer unas reparaciones en su casa. El vecino, realmente desesperado, le dijo que le daba el doble de lo que le habían costado, pero que las necesitaba. El exportero pensó «Bueno, al fin y al cabo no tengo nada que hacer, se las puedo vender e ir yo otra vez a comprarlas» y así hizo.
Curiosamente, al volver le pasó igual con otro vecino y volvió a vendérselas e ir a por otras. Así una vez y otra vez, y otra, y otra hasta que consiguió juntar algo de dinero. En ese momento decidió que, para no tener que viajar más, montaría una Ferretería en el pueblo. Ésta empezó a ir muy bien y cada vez tenía más cosas y era más grande, tanto, que de los pueblos de alrededor iban a comprarle.
Con los abundantes beneficios que obtenía decidió montar un colegio en el pueblo para que todos los niños aprendieran a leer y escribir. En la inauguración de la escuela se preparó una gran fiesta y el alcalde, en mitad de su discurso, hizo subir al escenario al artífice de todo esto y le preguntó por qué había decidido obsequiar al pueblo con tal presente. El, medio avergonzado dijo «El motivo es que yo no sé ni leer ni escribir y no quería que ningún niño de la región no pudiera aprender a leer y a escribir.» El alcalde, asombrado le dijo «¿No sabes ni leer ni escribir y has conseguido todo esto? Si hubieras sabido…¿Qué hubiera sido de ti?». A lo que le respondió… «Hubiera sido portero de prostíbulo…».
Un saludo y feliz día.
Isaac Albarracín